La verdad nunca fui muy bueno en las matemáticas, fueron un gran reto en durante mi tiempo de escuela. Entre regaños y castigos tuve que aprenderme las tablas de multiplicar, que considero, es lo más difícil en nuestra época de infancia. A pesar de todos los esfuerzos de mis padres poco progresé en la memorización de aquellas “terroríficas tablas”. La solución llegó un día en que mi papá llegó con un disco con las tablas de multiplicar en canciones ¡Esa fue mi salvación! La música siempre había estado en mi alma, y era pronto para aprender toda clase de canciones de algunos programas de televisión. En una semana me aprendí las tablas de multiplicar porque me las aprendí con canciones. ¡Gracias Dios mío por las “Ardillitas de multiplicar”!
Me remito a esta remembranza porque en la liturgia pasa lo mismo, la música ha sido desde siempre una gran herramienta que nos ayuda a recordar los pasajes bíblicos y las frases más lapidarias que encontramos en el evangelio. Cuántos de nosotros nunca han vista una semilla de mostaza, pero saben que la fe, aunque sea pequeña, mueve montañas; quizás no sabemos cuál fue el número de los redimidos que vio Juan pero sí sabemos que todos alababan al Señor.
Es cierto que cada espiritualidad o comunidad tiene un estilo particular para el ejercicio de la música en la liturgia. Desde la alegría de los carismáticos, hasta la sobriedad de los gregorianos de la vida monástica, lo hermoso es que cada uno tiene su espacio en la misma iglesia y no podemos criticarnos unos a otros, porque Dios manifiesta su presencia en cada una de estas comunidades.
Una Eucaristía por sencilla que sea, en la parroquia más humilde, encuentra generalmente a una “doña Carmen”, “doña Dora”, “doña Margarita” que entonan su canto para acompañar la liturgia. Aunque no sepamos cantar profesionalmente, la música ha sido y será una expresión humilde, sencilla y decorosa para todas celebraciones litúrgicas; y como dijo el papa emérito Benedicto XVI: “[la música] no puede desaparecer de la liturgia ya que su presencia puede ser una manera muy especial de participación a la celebración sagrada, al misterio de la fe”.
Cantemos al Señor con alegría y no solamente entonemos aquellas canciones, sino que sepamos descubrir y ser conscientes de la majestuosidad y al mismo tiempo de la sencillez de sus letras que nos invitan a alegrarnos, a pedir perdón o a recordar que “Jesús está pasando por aquí”.
Por un hermano contemplativo del Carmel0
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