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Dios de intimidad

En estos días le pregunté a una monjita de clausura que cuál era su secreto, pues notaba en ella un cierto encanto, una mirada diferente al común de monjas que uno se encuentra por la calle, en las iglesias, aeropuertos o donde hay promociones… donde hay ofertas están las monjas. Percibía en ella como quien ha encontrado un tesoro; era un alma serena, se le notaba el señorío, la alegría y el disfrute de todo, hasta de su enfermedad, pues estaba en silla de ruedas; ella, después de una larga pausa, de una mirada al horizonte o al infinito, no sé, me respondió con una certeza categórica: “mi secreto es la intimidad con el Señor”. Respuesta que me dejó perplejo y que me quedó resonando hasta hoy y creo que hasta mañana o hasta el fin de mis días. Intimidad, intimidad… y es por eso que ahora me dispongo a darle significado a lo que hasta ahora solo tenía rostro, mirada, silla de ruedas.


Para esta ardua tarea me remitiré a santa Teresa de Jesús; Ella nos ayudará a darle forma a esta palabra que es, en definitiva, un proyecto de vida para quien está haciendo un camino de discipulado, de seguimiento y mucho más de configuración con el Amado.


No es fácil hablar de intimidad en un momento histórico tan poco “íntimo”, tan del afuera. Un momento que confunde lo erótico con lo íntimo. Pocas cosas hoy son intimas, todo es de todos, hay poca exclusividad. Manoseamos la intimidad de las personas. No es usual un escondimiento místico, nos escondemos para que no nos vean, para refugiarnos en el silencio de nuestros miedos, pecados o sin sabores y no para encontrar Al que está escondido, Al que ha hecho morada en el santuario de nuestra alma.


Dice santa Teresa de Jesús, en su libro Camino de Perfección en el capítulo 29: “poned los ojos en vos y miraos interiormente” (c.v 29, 2). La intimidad es, sin lugar a dudas, un ejercicio de conciencia, de miradas que se posan en lo esencial y se detienen largamente a contemplar el objeto amado. Es un viaje al más profundo centro del alma. Ella en su misma obra advierte el peligro de entrar y no cerrar la puerta a las cosas del mundo: “cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este paraíso con su Dios, y cierra la puerta tras sí a todo lo del mundo (c.v 29, 4). Intimidad y “mundo” no son compatibles, es como quien cierra la puerta, pero con el “ladrón adentro”, como lo diría Ella misma.

Para la Santa, el ejercicio del recogimiento, de la intimidad, de la práctica de la presencia de Dios, no es sólo para las almas consagradas o que están en los largos corredores de un claustro amasando pan. “esto no es cosa sobrenatural, sino que está en nuestro querer” (c.v 29, 4). Es para todos y en cualquier estado de vida.



También dice: “nos hemos de desocupar de todo para llegarnos interiormente a Dios, y aún en las mismas ocupaciones retirarnos a nosotros mismos” (c.v 29, 5). Contamos con la presencia de Dios en nuestro interior, por eso este ejercicio no se reduce a lugares o a largos momentos, basta retirarnos, por un instante, a su presencia dentro y ya estamos en comunión de amor con “quien sabemos nos ama” y así, desocupados de todo lo ciado, nos ocuparemos sólo del Creador ya que “aquel acuerdo de que tengo compañía dentro de mí, es gran provecho” (c.v 29, 5). Es cuestión de inhabitación. Él ha hecho morada en mí.

Bendita monja que nos reveló el secreto. Ahora manos a la obra… a excavar el alma.

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