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Ser Pan y Ser Vino

Después, tomó el pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

"Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en

memoria mía". Después de la cena, hizo lo mismo con la copa. Dijo:

"Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que va a ser

derramada por ustedes" (Lc 22, 19–20).


Mi sacerdocio es ser víctima, siendo yo la hostia y el vino, poniéndome sobre el altar en cada instante de mi jornada. Esto me hace Eucaristía que alimenta las almas por quien doy la vida. Busco ser patena donde pueda reposar el cuerpo del Señor y el cáliz más valioso, fundido en el amor, donde la sangre de Cristo se derrame con esperanza de salvación. Mi vida es el altar de la Eucaristía donde Él se ofrece como víctima. Respecto a esto dice santa Teresita:

Cada aurora que rompe yo te envidio,

¡oh piedra consagrada del altar!

Como en un nuevo establo bendecido,

Vuelve a nacer en ti el Dios eternal…

Ay, Dígnate escuchar mi humilde ruego:

Ven a mi alma dulce Salvador…

Te aseguro que no soy fría piedra,

¡soy el latido de tu corazón…! PN. 25, 3

Es por esto que el momento de la consagración es la plenitud de mi vocación, postrarme ante su presencia resucitadora es el mejor regalo que día a día puedo recibir, contemplar la Hostia Santa es avivar el deseo de querer ser al igual que Él, trigo molido, ese trigo que en la cotidianidad de la vida se tritura con pequeños actos de amor por la salvación de las almas.





Cuando el sacerdote eleva el cáliz con su sangre, y al escuchar “Esta es mi sangre, derramada por vosotros” me remito a la pasión de nuestro Señor, me siento tan pequeño… se me arruga el corazón, pero este sentimiento me aviva el querer darme todo, el no medir mis fuerzas, el buscar ser sacrificio de alabanza, buscando como santa Teresita del niño Jesús “Cada día en sus gotas empaparme” PN 25.

Toda Eucaristía es una invitación, que nos permite recordar las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan, cuando luego de una mañana de poca pesca, en la que se alcanza a experimentar la frustración, aparece nuevamente como esperanza; los llama diciéndoles: “Venid y comed” (Jn 21, 12).Por mucho tiempo creí que era yo quien preparaba los mejores banquetes, esto gracias a mi profesión, hasta que me encontré con el Señor y descubrí que es Él quien tiene la mejor sazón, su banquete es único, sacia el hambre del alma y deja la mejor sensación de paz “Con la consagración hace presente el sacrificio, con la comunión realiza el banquete” dice Cantalamessa.


La mejor forma de ser Eucaristía es permitiéndonos sentir el misterio que acontece. Un noviazgo en sus inicios genera mariposas en el estómago, la Eucaristía, de principio a fin, debe generar lo mismo; es el encuentro con el amado, por ende, hay que tener una consciencia total de lo que allí acontece. Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús fue una enamorada de la Eucaristía y esto se ve reflejado en sus palabras: “Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el santísimo sacramento…, los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba” (V 38, 19).


En la Eucaristía mi vocación se realiza y se expresa, ofrendo mi propia existencia en el ejercicio profético de la castidad, la pobreza y la obediencia y lo recibo a Él como el regalo más sublime que me permite vivir mi cielo en la tierra. Digo con santa Teresita: “Mi cielo está escondido en la pequeña hostia en que Jesús, mi esposo, se oculta por amor” (PN 32).


Por un hermano contemplativo del Carmelo.

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