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El Espíritu del Dios del amor

Actualizado: 21 jun 2019

Recuerdo que cuando era niño me gustaba jugar con mis hermanos a encontrar formas en las nubes. Pasábamos mucho tiempo en el patio de la casa de mi abuela acostados boca arriba y nos divertíamos mucho así. Hoy, siendo monje, veo que ese ejercicio de la infancia era un primer e ingenuo trabajo contemplativo. Hoy en día me dedico a contemplar a Dios, a tratar de distinguir sus formas en mi vida y en la creación. Ya no veo solo las nubes sino al Dios que creo las nubes para mí.

Una de las cosas que me ha sido muy difícil descifrar es al Espíritu Santo. Hace mucho la palomita blanca de catequesis se ha hecho insuficiente. Sin embargo, algunas imágenes me han ayudado a entender, no tanto qué es el Espíritu Santo, sino cómo actúa.

Jesús me ha mostrado muchas veces y de muchas maneras cuánto me ama. Desde las más majestuosas como la fuerza de su resurrección hasta las más delicadas como hacerse un bebé que necesita todos los cuidados. Pienso entonces ¿cómo será el amor que Jesús le tiene a su Padre?, y ¿cómo será de grande el amor que el Padre siente por su Hijo amado? Este amor es tan fuerte y tan grande que tiene nombre, se llama Espíritu Santo. Padre e Hijo están unidos en un amor que no se rompe nunca, pero, lo más maravilloso de todo esto, es saber que ellos nos aman con ese mismo amor y no se reservan nada para ellos solos. Me gusta pensar entonces que cuando mi corazón late fuerte por Jesús el Espíritu Santo está haciendo de las suyas. Me está enamorando cada vez más de Dios.


También pienso que el Espíritu Santo es un regalo, un obsequio, un presente, y pienso que no puede haber un mejor regalo que uno pensado y querido por Dios mismo. Así este obsequio viene combinado pues es a la vez ánimo, consuelo, fuerza, esperanza, protección, hace más humano y más sensible el corazón, transforma todo corazón de piedra en corazón de carne. Incluso a veces hace de plomero pues abre las llaves de los ojos aunque tengan muchos años de estar cerradas y oxidadas; por eso el Espíritu Santo lava el alma de dentro hacia afuera.

Finalmente, entiendo que donde ha hecho ruido el Espíritu Santo hay alegría; sonrisas puras que nacen del corazón. Donde está todo lo hermoso del ser humano hay Espíritu Santo. Donde hay un abrazo del alma, un padre o una madre sacrificados por sus hijos hay un movimiento del Espíritu Santo. Donde una familia se ama, donde los hermanos se perdonan hay fuego del Espíritu Santo. Donde haya en el mundo un mínimo gesto de bondad hasta allí ha volado la gracia del Espíritu Santo.

Ahora, entonces, veo al cielo. Ya no en los patios de la casa de mi abuela, sino en los claustros de la casa de María; la esposa del Espíritu Santo. Veo las nubes y mi alma puede intuir al Dios de la alegría, del detalle, del amor infinito, del sacrificio, del abrazo, de la mesa de hermanos. Al Dios que nos quiso regalar su mismo Espíritu. Ahora veo con claridad que el Espíritu Santo siempre estuvo allí haciéndome buscar a Dios entre las nubes.

Un hermano contemplativo del Carmelo

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