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El niño esperado

En este tiempo de navidad vemos en la Sagrada Escritura, al iniciar los evangelios, de san Mateo y san Lucas, toda una historia de la alegría de esperar un niño que trae la salvación. Hermanos, ya es el momento, ya ha nacido Jesús. ¿Te has preguntado si tu alma está preparada para recibirlo? Pues bien, miremos un poco de cómo recibir a un Rey y de cómo esto, para algunos personajes, se convierte en lo único verdaderamente importante. Veamos desde el corazón, tratando de interpretar un poco la disposición del interior; lo que Dios desea en las almas para atraer su beneplácito y ser capaz de acoger la sabiduría total y encarnada: Jesús-amor.



Ya conocemos la historia de la familia de Zacarías e Isabel. Quiero que distingamos bien un primer elemento que es la oración, la cual debe ser insistente e incesante, porque ante la insistencia, el ángel responde a Zacarías: “Tu petición ha sido escuchada” (Lc 1,13). Vemos que Dios convierte su congoja en gozo y alegría (Lc 1,14) e Isabel agradece y responde: “Esto es lo que ha hecho por mí el señor en los días que se dignó quitar mi oprobio entre la gente” (Lc 1,25).


La siguiente en enseñarnos un segundo elemento es la llena de gracia, Nuestra Madre María Santísima, y justamente para poder estar llena de gracia hablamos de la pobreza interior más que de bienes, ella conlleva a la profunda humildad, elementos que se vuelven inseparables, dice nuestra madre santa Teresa de Jesús. Por ello voy hablar de estas dos virtudes como un solo elemento. Pues bien, la Virgen María por ser la llena de gracia y Madre de las Virtudes está encinta, veamos y meditemos el nacimiento de Jesús y a esta historia unamos también a san José, que como custodio fiel y esposo se une inseparablemente a Jesús y a María. Ya sabemos que por un edicto de Cesar Augusto (Lc 2,1) ellos viajan a Belén sin nada más que unas pocas pertenencias y un asnillo, estando allí llegan los días de alumbramiento (Lc 2,6) pero por la multitud que había allí no tenían sitio en los albergues (Lc 2,7). Oremos y meditemos y revivamos aquellos momentos de angustia y dolorosa carga en los que san José recibía el rechazo de toda demanda de hospitalidad para aquella noche.

Esta noche todo era dolor y congoja para estos padres y no lo sentían tanto por ellos sino por Jesús que estaba a punto de nacer. Todo rechazo a ellos era un rechazo dado a Él. Al Mesías nuestro Rey. María permaneciendo Virgen, debía darlo maternalmente a la humanidad entera, ella sentía en su corazón que ya era el momento, más la humanidad no tenía un lugar donde recibirlo. Cada puerta que se cerraba abría una nueva herida en los corazones de estos padres. Y en María su corazón se ensanchaba más para engendrar en el amor y en el dolor a Jesús. Así pues, lo acogió tan solo la pobreza de una gruta y el calor de un buey y el asnillo que durante el día los había llevado.


Revivamos en nuestros corazones aquellos momentos para comprender que solo tu pobreza y humildad es lo que atrae con predilección a Jesús. Estas dos virtudes nos hacen ser solo y siempre como niños. Ser despojados totalmente de bienes, apegos, ideas, afectos, etc. Es poseer esta nada. Esta nada es lo que atrae el beneplácito de Dios, y solo de esta manera se es capaz de acoger al niño Jesús. Debemos ser pobres y humildes, ser como niños, solo así Dios podrá conducirnos de la mano y solo así nos dejaremos guiar con docilidad, escuchando solo su voz y no otras voces e ideas. Las únicas voces e ideas que debemos atender son las del Evangelio que es nuestra única luz.

Santa Teresa de Jesús dice:

La pobreza es el camino,

el mismo por donde vino

nuestro emperador del cielo.


Así, que yo los invito a practicar estos elementos para que Cristo viva en nuestros corazones y más que nunca, en esta navidad, nos renovemos en la mente y en el espíritu y nos revistamos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios justicia y santidad verdaderas (Ef. 4, 22-24)

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