En el transcurso de mi vida he dado diferentes significados al silencio desde las distintas etapas y procesos que he podido experimentar. He comprendido el silencio desde el duelo, la cólera, la indiferencia, el olvido, la soledad, el orgullo, la tristeza, la desolación e incluso desde el miedo, pero, desde mi consagración como religioso, el silencio ha tomado otro tinte: el de la fascinación.
Lo que antes era chocante ahora es fascinante, nunca había comprendido el bello lenguaje del silencio hasta que lo descubrí, y digo haberlo descubierto porque era algo que estaba totalmente oculto para mí. El silencio de un oratorio me ha conducido a un verdadero encuentro con el Señor; sentir que él esta, y que yo estoy para él, es en verdad algo que solo estando en silencio se puede comprender.
Vivo en un monasterio y es increíble sentir el silencio del claustro, que está acompañado por la hermosa melodía de los delicados pasos de un hermano, por el sonido del viento y el canto de los pájaros. La sombra que encuentro bajo un árbol, la silla frente al lago, el kiosco y otros espacios, que cobijan mis sentidos y me permiten disfrutarlo. Esto no es más que lo que nuestro santo padre Juan de la Cruz denomina “noche sosegada, música callada, soledad sonora”.
¡Qué grande es el silencio cuando se decide vivir en él!, que reto tan inmenso es custodiarlo y velar por preservarlo, qué tesoro tan grande descubrir que no es un lugar, porque es en el interior donde en verdad está. El viento, los pájaros, la sombra de un árbol, una silla, un oratorio… no serían silencio si yo no los hiciera silencio.
El silencio es una convicción, es un deseo del alma, es un tesoro escondido, es voz de Dios, es proyección de vida, es un susurro eterno, es estado de gracia, es, en verdad, un momento de cielo, es el lenguaje del amor, tal y como santa Teresita lo ilustró: “El silencio es el dulce lenguaje, de los ángeles y de los elegidos. Y es también la comunicación de las almas que en Jesús se aman” (Poesía añadida 7). Para una persona sin fe esto suena imposible, pero para un Carmelita que camina hacia la Santidad no es más que un itinerario de vida, una búsqueda constante…
Busca el silencio, interioriza tus deseos, ten apertura a la gracia y encuentra en Dios la respuesta a tus sueños, “es oportuno saber que esta conversación con Dios se efectúa en el fondo y centro del alma; allí es donde el alma habla con Dios de corazón a corazón” (Hermano Lorenzo de la Resurrección).
Un hermano Contemplativo el Carmelo.
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