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¿Quién es santo?


El entorno social en el que vivimos ha llevado muchas veces a las personas a la siguiente pregunta: ¿realmente alguien es santo? Me refiero a que el materialismo, el consumismo, la tecnología, los escándalos inmorales, los anti testimonios que hemos visto o escuchado, nos llevan a “crear” o a “creer” en nuevas ideologías que engañan, hieren, aíslan y previenen de la Verdad, de la realidad. Diríamos, nos venden falsa publicidad que nos lleva a ser jueces de los demás. Todo esto nos torna cualquier determinación de santidad como un camino muy difícil. Y sumado a esto vemos expresiones como “la santidad ya no es de este tiempo”, “eso era de antes” o peor aún, se juzga el procurar ser santo como sinónimo de burla: “tan biato”. Todas estas manifestaciones e ideologías que distraen, nos mantienen abstraídos del hoy, de las oportunidades que Dios nos ofrece para santificarnos en el día a día.


Aún con todo esto, lo esencial sigue siendo esencial, por esto deseo manifestar entonces, en este corto escrito, que ser santo, fundamentalmente, es vivir cada día, sin importar el contexto social, en actitud de continua conversión. Solo quien es capaz de reconocer que necesita de un cambio continuo, entiende su limitación y es capaz de reconocer a quien lo creó. Es decir, el santo, en su cultivo continuo de humildad, se sabe custodiado, protegido y destinatario de un plan. En palabras sencillas: sabe de dónde viene y para dónde va. El santo reconoce que Aquel quién lo creó le da una identidad inigualable, un sello, “como tatuaje en el brazo”, el signo visible e irrevocable de ser Hijo amado de Dios.


Es muy hermoso entender que, quien conoce esto, ya tiene todo un proyecto de vida trazado, debe procurar en todo ser reflejo del amor de Dios creador y de Cristo salvador. Así pues, todo lo que quiera afectar o dañar éste proyecto de vida, de santidad y de salvación, ésta relación con el Padre Dios, se debe rechazar, pues el proyecto amoroso que Dios destina debe ser cuidado, valorado, amado y defendido como el gran tesoro que se lleva en vasijas de barro. Se vive santamente siendo vigilante y anticipando el cielo en la tierra en cada oportunidad que haya de conversión.




¿Para qué todo esto? ¡Para que siendo santo comuniques la Verdad de la Buena Nueva a todos con valentía! Para que tú hoy, le permitas a Jesús manifestarse en tu vida, transformarte, renovarte en una criatura nueva a su imagen y semejanza, como fuimos creados. Para que, a través de tú vivir, toda la humanidad pueda ver y leer El Evangelio de Jesús; es decir, viviendo coherentemente, siendo portador del amor de Dios, de la pureza, de una vida en castidad, desde un amor oblativo y no un falso amor egocéntrico e individualista.


Tengamos presente que no son nuestros esfuerzos, ni nuestros buenos propósitos los que logran una vida en santidad, pues la vida del santo no se basa en la ausencia de errores, sino sencillamente en saberse amado, valorado, creado por amor y para amar; aún en medio de imperfecciones y caídas, ¡siempre se debe seguir adelante y agradando al Señor!


Precisamente, para eso, nuestro Padre Dios, en su derroche de amor, envía a su Hijo amado Jesús al mundo para encarnarse en nuestra humanidad débil, siendo Él de condición Divina, para Él con su vida, enseñarnos, como recorrer nuestro camino, pues Él es la Verdad y la Vida, Él es la Santidad. Es Él quien nos ha enseñado con su vida cómo ser santos. Por eso, la santidad es llanamente vivir en imitación de Jesús. Pensando como Jesús, obrando como Jesús, teniendo sus mismos sentimientos, construyendo el Reino de los Cielos a través de todo lo que se haga en la cotidianidad y la sencillez de la vida.


Por un hermano contemplativo del Carmelo

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