La humanidad está en crisis. Un pequeño virus, una forma de vida, quizás la más sencilla que existe en la creación, hoy pone a temblar al mundo entero; ni siquiera las grandes potencias científicas y tecnológicas logran disminuir el temor que hay en las gentes; ni la ciencia ni la tecnología que escudriña el cosmos con “cierta” certeza o devela los misterios del microcosmos es capaz de generar tranquilidad a la humanidad; no hay lugar en el cuál esconderse, la tierra tiembla y es como un gran desierto que amenaza a la vida humana; pareciera que Dios está oculto, los templos cerrados, no hay lugar a donde postrarse y hasta los sacerdotes andan desconcertados.
¿Pero que dice hoy el Señor de la creación a su pueblo, a la humanidad? Dice que no es tiempo de temer, no es tiempo de buscar esconderse en los desiertos. Dios desde los inicios de la creación pensó en la humanidad, la creó para tener vida y para generar vida. Y este mismo Dios, que envió a su Hijo para redimir a la humanidad, también hoy nos dice que de la roca brotará agua, que el sol brillará de nuevo y que beberemos y cantaremos de nuevo, tomaremos leche y miel como reiteradas veces le anuncia a su pueblo.
Algunos se preguntarán, en tan largo desierto, en tan dura sequía que pareciera atravesar la humanidad ¿dónde tomar agua que calme la sed, dónde comer pan que alimente y dónde beber del vino que nos devuelva la alegría? El corazón de Jesús sufrió temor y angustia; y, ante la inminencia de su pasión, el acudió a la Roca de la salvación que podía darle fuerzas: a su Padre del cielo. En el Getsemaní Jesús veló y oró; y así mismo, a través de Pedro, invitó a todos sus pastores a hacer lo mismo; y también, nos invitó a nosotros a hacer lo mismo, a velar y a orar.
¡Hermanos velad y orad que Jesús está en cada corazón!, que cada día se hace pan y vino, Cuerpo y Sangre en cada sagrada Eucaristía que se celebra en el mundo. Entren en su corazón, cierren las puertas que lo podrán adorar en espíritu y en verdad; y cada uno lo comerá y beberá de su cáliz, porque hoy, cada sacerdote en el mundo, consagra y parte el pan y distribuye la sangre de Jesús; acudan al interior de los corazones, que allí hallarán a Dios y encontrarán reposo para sus almas, para sus corazones.
¡Velad y orad! vayan a la Palabra, canten salmos de alabanza que allí hallaran a la Trinidad, lleven también al extranjero, al solitario, al no creyente, a la viuda y al huérfano; que Jesús a todos les dará comida y vino gratis, sin pagar. Tenemos a los sacerdotes, a los consagrados a través de ellos Dios nos dará comida y bebida.
Es tiempo de escuchar a Dios, tiempo de confiar, de volver al Creador. Estamos en Getsemaní, estamos en el desierto, pero vamos junto a Jesús, nuestro Dios que venció a la muerte. Permanezcamos de rodillas junto a la Roca que pronto brotarán las aguas del Corazón de Jesús: las aguas de su misericordia. Hermanos sacerdotes y consagrados, levantémonos cada día a abrir las puertas antiguas para que entre el Rey de la gloria; pueblo de Dios, humanidad entera, velad y orad para que todos entremos a la Nueva Jerusalén a comer y a beber sin pagar.
En un retiro espiritual, con ustedes,aprendí que mi piedad,que es cantar a Dios, me fervoriza. Gracias.