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Somos Casa del Espíritu

Foto del escritor: Carmelitas ContemplativosCarmelitas Contemplativos

En unos días será Pentecostés, la fiesta del espíritu, la espera hacia lo alto con que cerramos el glorioso tiempo de pascua. Que belleza, que gusto y que privilegio es poder balbucear sobre la Persona del Espíritu Santo; que tristemente es el desconocido por conocer. Quizás desde muy pequeños se nos enseñó que es una paloma, o como un viento suave, o como fuego. Esto, dicho desde devociones, muy bellas todas, por cierto, son solo algunas de las formas de intentar balbucir algo acerca de Él. Por eso, quiero que nos adentremos en la profundidad de lo que es Él: ¡Una Persona! La tercera persona de la Trinidad, es Dios con el Padre y el Hijo, que con el Padre y el Hijo reciben una misa adoración y gloria. ¡Es la Promesa de promesas! que Jesús nos ha dejado como herencia, y que ha recibido los apelativos de, Paráclito que se traduce en Consolador, Abogado, fortaleza y defensor.

Si entendemos esto desde la profundidad que es, nuestra mayor necesidad debe ser anhelarlo, buscarlo y conocerlo. No como una devoción más, sino en todo lo que implica un trato con él como mejor amigo. Esto es, construir una relación íntima con Él, no una relación por interés: “para cuando lo necesite” o “requiera un favor” sino una relación amorosa, de libertad espiritual, que se construye a través del diálogo permanente.

Puesto que el Santo Espíritu nos permite experimentar el gran derroche del amor de Dios, es quien nos trasforma en otro Cristo; a través de Él vemos diferentes las cosas, los acontecimientos, percibimos a Dios en el prójimo; y, por consiguiente, con su auxilio, amaremos auténticamente con el amor de Dios y no desde los límites de nuestra humanidad.



Sin embargo, tenemos que tener algo muy claro, Dios no puede colmarnos con su Espíritu si no damos permiso a que esto suceda; es tan así, que cuando estamos llenos de nosotros mismos necesitamos hacer una limpieza interior, de nuestra casa interior, de nuestros malos hábitos, renunciar a algunas cosas, arrepentirnos de algunos hechos; y de esta manera renovar lo “viejo” por lo “Nuevo”. Esto, solo por nuestras propias fuerzas no lo podemos hacer, por ello, es preciso entregar toda nuestra vida en un total abandono y para permitir que Él, con su Espíritu, viva y obre en nosotros y a través de nosotros.

El Espíritu Santo es el amor que nos plenifica, es el único que -con su amor- llena nuestros vacíos; esos falsos amores que buscamos o mendigamos en las creaturas o en las cosas terrenales. El Espíritu Santo no solo es esa Persona que nos ama, sino que nos forma para amar, por eso amando nos santifica en el ejercicio de la caridad.

Él es la solución para todas nuestras dudas, nuestros problemas, nuestras incapacidades. En la media en que crece nuestra relación con Él, sencillamente todo en nuestra vida se empieza a trasformar: el pecado lo trasforma con su gracia, los malos hábitos los purifica con sus frutos, lo muerto en nosotros lo resucita y vivifica nuestro cuerpo; que es su casa por excelencia. Por esto, al permitir su presencia, nos convertimos en sagrarios vivos, portadores de la presencia amorosa de Dios, que trasforma y recrea todo a su paso.

Cuan valiosa es la definición con la que el enviado de Dios saludó a la virgen María: ¡la llena de gracia! Como diciendo: en la que se respira Espíritu Santo, en la que la gracia retoña, bulle y se regocija.

¡Déjate amar como ella!, ¡amalo a Él con locura!, comparte con todos y con todo lo que te rodea tu propia experiencia, tu propia relación de amor. Permite que todos los demás experimenten el amor de Dios con tu vivir; y recuérdalo siempre, es Dios, quién vive dentro de ti, eres tú su mayor felicidad y el medio para que se comunique a toda la humanidad. Así que, no eres huérfano, pues tienes un huésped divino, ¡no vivas como si estuvieses vacío!

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